Nos aburrimos en el metro. La disposición rectangular de su arquitectura, la homogeneidad y la asepsia de los trasbordos, el tránsito puramente conceptual entre estaciones, el flujo idéntico e inacabable de las escaleras mecánicas, el acondicionamiento neutro y homogéneo de sus espacios, el comportamiento automático de los usuarios, la cadencia regular de los trenes, la normalidad impuesta y custodiada, la soledad anómica de las multitudes, la estructura modular que exhibe en todas sus dimensiones, el ciclo iinsoportable de la rutina nos vacían y desesperan.

Si siempre llegas al mismo sitio no estás yendo a ninguna parte.
“Si viajar es buscar
Y el hogar el encuentro
No voy a parar”1

Ciertos recodos inciertos, algunas perspectivas imponentes, insólitos puntos de fuga en los que habitualmente no reparamos pueden recrear la mirada, pero nuestra atención no suele estar despierta ni enfocada en el entorno por el que discurrimos. Los trayectos que efectuamos diariamente se incorporan a nuestro sistema nervioso y se disparan como programas ejecutables. Resulta imposible extraviarse, y cualquier incidencia puede ser corregida sin alterar nuestro viaje.

Hay estaciones que lucen elementos decorativos peculiares que las fijan a la historia del distrito e intentan dar relieve al plano, como el gran mural creado por Okuda y Rosch333 en la terminal de “Paco de Lucía” en Mirasierra, un reconocimiento a la “música popular” cuya magnificencia combina mal con su propósito. Igual que el estridente hilo musical incorporado en algunas estaciones del centro, con reproducciones en bucle de Falla, Bretón, Chueca y otros insignes referentes del tradicionalismo musical, con la presumible intención de crear un entorno amigable y refinado, pero cuyo volumen invasivo produce el mismo efecto que el sonido de descompresión de los trenes.

En la estación de Alsacia luce otro gran mural de Luis Gordillo, cuyo palmario título Sueños encerrados es lo que más sentido ambiental tiene. Estas imágenes imponentes, con las que se maquilla el ceñudo semblante del lugar, parecen injertados a la fuerza para halagarnos con discursos amables y biempensantes, fiando su efecto a la vistosidad cromática, la grandilocuencia y el presupuesto público que los avala. Resultan más amenos, y mejor integrados en el ambiente, los aerosoles furtivos y efímeros de los jóvenes grafiteros, que el poder identifica con la degradación y persigue como vandalismo. Más interesante me resulta también, al menos conceptualmente, el trampantojo en forma de mosaico instalado por los hermanos Melero en la estación de Hortaleza, compuesto de fotografías tomadas durante los trabajos de construcción de las instalaciones.

Todos estos proyectos pretenciosos, localizados casi siempre en estaciones periféricas, tratan de dignificar los no-lugares generados por las sucesivas ampliaciones del perímetro urbano, donde habitan la población gentrificada y los trabajadores de los polígonos. Se trata de interzonas despersonalizadas y carentes de memoria, que todavía no han generado los referentes y relaciones que identifican a un barrio, de modo que seguimos refiriéndonos a ellos como paus, urbanizaciones o ensanches, y que aglutinan una población tan heterogénea como el paisaje de cualquier vagón en hora punta.

En las zonas céntricas, cuyo pasado y genio resuenan en sus moradores imprimiendo cierto aura a sus calles, la nominación de los lugares se surte de la historia, celebrando acontecimientos sucedidos en sus inmediaciones o figuras ilustres que las habitaron. La estación de Ríos Rosas está empapelada de literatura con extractos de la novela de Galdós Fortunata y Jacinta, produciendo un extraño efecto gráfico que me recuerda los poemas letristas e inistas, así como la efectista y recurrente aplicación que tuvieron los periódicos viejos en su época dorada, no solo para envolver el bocadillo de las 11, sino también como materiales para la producción de muchas piezas visuales. Esta tendencia declinó con la prevalencia de otros canales de información. Hoy la gráfica de la prensa impresa nos evoca cierto sabor añejo y clasicista, y pronto será pasto de la nostalgia, corriendo la misma suerte que los alicatados instalados en andenes y corredores, que servían al principio como soportes publicitarios y como elementos decorativos, y que todavía hoy conforman el paisaje de muchas estaciones que no renuncian a perder su esencia chovinista y manola.

Toda estación que se precie tiene su respectivo panel didáctico, que suele pasar inadvertido entre planos consultables, señales de advertencia, carteles publicitarios y marcas de orientación que ocupan las paredes. Estos discretos paneles nos ilustran sobre la vida y gestas de heroicos conquistadores, altos cargos políticos, dramaturgos cortesanos o todo género de figura ilustre que pueda tener alguna relación con el distrito. La estación de Goya está engalanada con representaciones goyescas. En Retiro se recuerda todavía a Mingote, referente del humor y el talante madrileño. Los pasillos de la antigua estación de Atocha, hoy llamada Estación del Arte para no confundir a los turistas que desean visitar los principales museos y galerías de arte de la capital, reproducen obras selectas de la pintura que forman parte del catálogo de estas instituciones.

* * *

Entre las estaciones de Iglesia y Bilbao de la línea 1, los trenes se demoran atravesando la antigua estación de Chamberí, apodada como “estación fantasma”, al igual que muchas otras infraestructuras en desuso. Se trata de un vestigio de la primera línea que funcionó en España a principios de siglo, partiendo de Cuatro Caminos y finalizando su recorrido en la Puerta del Sol. Tras sucesivas ampliaciones, su trayecto transcurre hoy desde Ciudad Lineal hasta más allá de Villa de Vallecas, conectando las periferias nordeste y sureste de la capital y atravesando la almendra capitalina. Es la línea que articula los principales distritos de la ciudad, y por mucho tiempo fue también la más concurrida. Hoy este título lo ostenta la línea circular que rodea el núcleo urbano, imitando el recorrido de la M30.

Estación de Chamberí, conducto al metro
Estación de Chamberí, conducto al metro. Fotografía de Benjamín Núñez González. (Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International)
Estación de metro Chamberí
Estación de metro Chamberí. Fotografía de Dracenae. (Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International)

La estación fue clausurada en 1966 por no resultar adaptable a los criterios desarrollistas adoptados por el régimen franquista en aquellos años para intentar modernizar las infraestructuras y potenciar su política exterior (trenes más largos, instalaciones adaptadas, desplazamientos más rápidos y eficientes). Permaneció cerrada más de 40 años, durante los que mantuvo casi intactas su estructura arquitectónica y la ambientación modernista que había imprimido en ella el regeneracionista Antonio Palacios, responsable también del logotipo romboide que todavía identifica los accesos de la red metropolitana, y artífice de muchos de los edificios madrileños que hoy se consideran emblemáticos. Durante estos años de abandono pudo eventualmente convertirse en refugio de indigentes, enclave fascinante para curiosos, y escenario de muchas leyendas urbanas.

Destaca entre ellas la de la “niña del globo rojo”, versión subterránea de la “niña de la curva” de toda la vida, que recorre sus andenes desolados, ataviada con su blusa blanca y vaporosa. El efecto siniestro que provoca este motivo recurrente de los cuentos de terror se basa en la confusión de sentimientos que nos produce la representación de la inocencia mancillada y transmutada en ingenuidad perversa. Según transcripciones orales, la pequeña era una de las huérfanas acogidas en las inclusas del centro de Madrid. La niña se habría perdido durante una visita extraescolar al nuevo mundo que se gestaba en las entrañas de la ciudad, que en su conciencia virgen afectaba aún asombro y respeto, y resultaba tan fascinante como abrumador. En su afligida errancia por el laberinto de la estación, la niña topó supuestamente con un sacerdote y una monja en actitud poco devota. Descubiertos por aquel testigo indefenso, en el mismo rincón impune que ocultaba sus pecados, y conscientes de no poder asegurar la discreción de la impresionable criatura, decidieron deshacerse de su cuerpecito arrojándolo a las vías. La prensa no se hizo eco del crimen, y no existen registros que puedan datarlo.

Tampoco han podido documentarse los lamentos y alaridos que resuenan bajo las cúpulas de la estación cuando nadie los escucha, similares a los que pueden asaltarnos al atravesar los corredores de la estación de Tirso de Molina, cuyos tono grave y cadencia monódica animan a suponer que proceden de cánticos espectrales de los antiguos monjes del convento de la Merced, desahuciados de su sagrado recinto y violados en su propia tumba por los “ángeles nuevos”. La estación de Retiro es frecuentada igualmente por las almas inconsolables de amantes impugnados, alcohólicos bohemios y demás suicidas, salvo que puedan acreditar el título de artistas incomprendidos, obteniendo así acceso a las céntricas y lujosas catacumbas de la estación de Ópera, a la sombra del Teatro Real.

Volviendo a Chamberí, quizá resulte más inquietante, por parecer verosímil, el relato de la desaparición de decenas de obreros durante su construcción, en su mayor parte venidos de fuera. Existen testimonios de primera mano, procedentes de compañeros que trabajaban en la obra, y varias investigaciones en curso intentan resolver el misterio que esconden estas desapariciones. Se especula que pudieron ser engullidos por una profunda sima conocida como “pozo del diablo”. No sabemos con certeza si este punto maldito, cuya existencia en las profundidades de la estación confirman varios testigos, era un conducto de ventilación o un acceso al inframundo. Tal vez fuese realmente el sumidero donde vertían los derechos laborales más evidentes, junto a las más ocultas razones de estado.

No puedo confirmar la verosimilitud de mi relato, pero una canción de Los Coyotes, parece confirmar los temores que despierta este lugar funesto.

“Ahora corres con prisa
por el túnel vacío,
pero piensas que algo extraño
hubo en tu evasión.
Ni siquiera sus perros rabiosos
te siguen.”2

Footnotes

  1. Björk, “Subway”, 1997. Tema incluido en su álbum Homogenic bajo el título “Hunter”.

  2. Los Coyotes: Estación fantasma (1982).