Y nos vamos todos juntos: Migración y resistencia indígena en el contexto de la hegemonía neoliberal1
Luis Duno-Gottberg
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“Movimiento Indígena”, del grupo musical Charijayac, es un canto de protesta enraizado en una historia nacional específica, así como en un fenómeno más amplio, generado por los embates del capitalismo tardío. Allí confluyen los legados de la Nueva Canción Latinoamericana, en su variante Andina, con las nuevas formas de la política de los pueblos originarios y el fenómeno global de las migraciones. “Movimiento Indígena” redefine la Nueva Canción para un contexto que trasciende las fronteras y los discursos (estrechamente) nacionales, sin ignorarlos. Se inserta, asimismo, en un momento particularmente vigoroso para los movimientos plurinacionales indígenas.
La agrupación musical Charijayac fue creada en 1982 por un grupo de emigrantes otavaleños residentes en España. Si bien se inicia con un repertorio canónico dentro del género musical andino (Quilapayun, Bolivia Manta, Collasuyu Ñan, Inti Illimani y Ruphay), muy pronto se nutre de otras tradiciones para incluir el reggae, el rock y el flamenco. Esta sonoridad del word-fussion no es ajena, sin embargo, a la conflictividad política del Ecuador y a la urgencia de visibilidad y participación de los pueblos indígenas.
“Movimiento Indígena” se inicia con un reclamo a las elites que gobiernan el país, monopolizando el campo de la política nacional (“Siempre son los mismos dirigiendo el país”). Se trata de una invocación a la unidad popular que, aunque pronunciada fuera de las fronteras nacionales, responde directamente a los descalabros del país. “Siembra y canta donde estás”, sugiere que no hace falta pisar el suelo ecuatoriano para “cuidar el patrimonio que [les] ha dejado el sol.” La canción avanza llamando a la acción de calle que caracterizó la respuesta popular a la crisis de finales de los años noventa y principios del nuevo siglo (“Si no nos escuchan, / porque tenemos razón, / se paraliza el país”).
Resulta notable que una canción compuesta lejos del territorio ecuatoriano conecte tan claramente con la historia específica del movimiento indígena, evocando su notable capacidad para influir en la política nacional, por medio de la presión y movilización social. No es poca cosa que la acción de calle haya terminado por deponer a tres presidentes acusados de corrupción o de establecer reformas de orden neoliberal, las cuales lesionaban el interés público: Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005), tuvieron que abandonar el poder debido a la acción concertada de los movimientos sociales indígenas.
La efectividad del movimiento residía en la unidad que logró a partir de un complejo proceso de negociaciones al interior de las comunidades. A inicios de los años ochenta, los indígenas activistas del ecuador estaban divididos en dos grandes frentes: ECUARUNARI (Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador) y CONFENIAE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana). Aunque ambos representaban los intereses y las lógicas políticas de los pueblos originarios, existían diferencias relativamente sustanciales que debían ser allanadas. En 1986, activistas de catorce naciones indígenas formaron la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, o CONAIE. Este frente unitario ha sido un modelo para los pueblos originarios del continente, por su capacidad de movilización y su efectividad para afectar la política nacional.
“Y nos vamos todos juntos”… y se fueron todos juntos a las calles y, como veremos, más allá de las fronteras nacionales…
“Movimiento indígena” ha trascendido el contexto ecuatoriano, convirtiéndose en un himno de lucha para otros movimientos sociales en Colombia, Perú y Bolivia.
Ese canto continúa resonando hoy en los vagones del metro de Madrid ¿Es acaso una expresión azarosa y arbitraria de las culturas migrantes? Para comprender cuán cabales resultan esas líneas compuestas de Charijayac, una década antes, hay que pensar en lo que empuja hoy a estos músicos ambulantes a una ciudad tan lejana de Otavalo.
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América Latina se ha adelantado en muchas cosas; aunque no todas ellas felices y no siempre de su propia hechura. Tal es el caso del proyecto económico Neoliberal, que sentó tempranamente sus bases en la región, auspiciado por regímenes dictatoriales de ultraderecha y en el caso de Chile, guiado por tecnócratas finamente adiestrados en la Universidad de Chicago. Chile fue, en efecto, un laboratorio del neoliberalismo en su versión más extrema.
Concebidas como herramientas cuasi científicas en una revolución conservadora y ultra capitalista, las reformas económicas pinochetistas se ejecutaban como órdenes militares, sin críticas ni oposición y con un enorme costo social y humano, gracias a una dictadura que utilizó su fuerza contundente para bloquear cualquier debate y exterminar cualquier oposición. El triunfo del libre mercado y el Consenso de Washington fueron también la antesala a una “Década Perdida”, marcada por la inseguridad laboral y el deterioro en las condiciones de vida de la población menos pudiente.
Se trata de una revolución del (gran) capital, que se deslastra de todo aquello que lo limita en su apetito por obtener y maximizar sus ganancias. De allí que el proyecto se sostuviese (y se sostiene aún hoy en día) en el desmantelamiento del estado de bienestar, la desregulación de la economía y la flexibilización del trabajo. La vulnerabilidad y la precariedad eran sólo corolarios inevitables, casualties of war. Las poblaciones, en consecuencia, se ven forzadas a desplazarse dentro de sus territorios y sobre todo, allende. La expansión Neoliberal, con su violento dinamismo y oportunismo, impulsó movimientos masivos de población. La inmigración es así, desde esta perspectiva, una característica fundamental del sistema económico global neoliberal. Se trata de una necesidad estructural: el trabajo migrante encaja perfectamente en el modelo liberalizado de una economía con capacidades ilimitadas de extracción de recursos y energía humana.
La relación entre flujos migratorios y neoliberalismo no constituye una abstracción de economía política: ciento veinte millones de seres humanos deambulan por el mundo fuera de sus países de origen, en calidad de migrantes, refugiados y desplazados. Sus cantos los acompañan.
Hay quedecir, asimismo, que la resistencia y la rebelión frente al modelo económico neoliberal fueron también tempranas y enérgicas en casi toda la región, como lo atestiguan “El Caracazo” (1989) y dos golpes de estado (1992) en Venezuela; los movimientos de desocupados (1990) y la “Revuelta Plebeya” (2001) en Argentina; y el Golpe de Estado (2000) y la “rebelión forajida” (2005) en Ecuador, entre otros.
En el caso de Ecuador, a finales de los años 1990, el país se vio sumido en una profunda crisis económica y política, con hiperinflación, devaluación monetaria, pánico bancario y, en consecuencia, inestabilidad y descomposición de la estructura social. En ese contexto, dos millones de ecuatorianos -aproximadamente el catorce por ciento de la población- prepararon sus valijas y se marcharon. España se convirtió en su principal destino y Madrid, en la ciudad con mayor población ecuatoriana fuera de país.
Las voces de los músicos ambulantes ecuatorianos que circulan por el metro de Madrid podrían bien ser entonces, las voces de la expansión y expulsión neoliberal. Se trata, sin embargo, de un flujo migratorio que trae consigo sus propias formas resistencia.